Después de un derrame cerebral menor, George se encontró débil pero alerta en el hospital, con sus dos hijos a su lado. A lo largo de los años, le habían asegurado que eran hombres de negocios exitosos, económicamente seguros y que no estaban interesados en su modesta fortuna. Cuando cayó la noche y el ala del hospital se calmó, escuchó una conversación en voz baja que lo hizo cuestionar todo. Sus hijos, creyéndolo dormido, discutían su patrimonio, sus palabras llenas de codicia y engaño.